jueves, 18 de junio de 2015

¿Por qué la casta jamás dimite?


“¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” fueron las impresionantes y lapidarias palabras que la ilustrada, revolucionaria, culta e inteligente Madame Roland pronunció al subir al cadalso y ver la pequeña estatua de la Libertad, situada en la entonces Plaza de la Revolución de París, hoy Plaza de la Concordia. Su cuello cayó cercenado por la guillotina y la barbarie en plena dictadura jacobina donde se cometieron verdaderas atrocidades en un baño de sangre al que sucumbieron unas doce mil personas en Francia.El terror fue absoluto: cualquier leve denuncia de un vecino podía conducirte al paseo fatal a la tortura y la muerte.

Ni qué decir tiene que la Revolución Francesa impresionaría a todos los europeos coetáneos y de futuras generaciones, y mucho más a los franceses. También afectaría a la historia europea de forma determinante: somos hijos de la Revolución Francesa cuyos principios intentarían ser más o menos adaptados en Europa. Algo falló estrepitosamente en una revolución que podría haber fluido hacia la libertad y que lo único que pretendía al principio era que los diputados que iban a Versalles pudiesen legislar por mandato imperativo representando a la comuna de París mientras Luis XVI mantenía el poder ejecutivo. Primera traición del Rey: junto al alto clero y aconsejado por la nobleza que se quejaron al monarca, mediante carta firmada, sobre la aspiración de que los  ciudadanos siquiera se planteasen tener derechos. Con las espaldas cubiertas por ejércitos extranjeros Luis XVI cometió la primera felonía: fue entonces cuando París tuvo noticias de la alianza e inminente invasión de los ejércitos alemán y suizo para someterlos. Los parisinos no se habían planteado, ni siquiera, rebelarse; pero el azar juegó su papel en el banco de pruebas de la historia con la quema de la Bastilla, el Gran Miedo, la quema de documentos de propiedad en castillos que estaban sin custodiar por la política llevada a cabo años antes por el cardenal Richelieu, quien había concentrado a la alta nobleza en Versalles para controlarlos mejor, la compra de terrenos pertenecientes a una nobleza con excesivo capital inmobiliario pero muy escaso de capital mobiliario, el hambre por las malas cosechas, la alta mortalidad por un año excesivamente frío y.., la nueva traición del monarca hacia el pueblo en su huida de París para buscar protección en la frontera norte donde los ejércitos enemigos ya estaban dispuestos... Otro hecho se añadiría a la cadena de sucesos cuando la huida de la familia real fue descubierta en el último momento cerca de la frontera y de que el monarca junto a su familia fuese detenido en Varennes.

En toda esta melé, caben destacar dos sucesos que afectarían a todas las democracias europeas que habrían de emerger: la desfachatez de la Asamblea Nacional mintiéndole al pueblo sobre la versión de la huida de Luis XVI y familia, y el uso institucional del crimen de Estado: crímenes cometidos por lo peor del populacho y bajos fondos de París después de la toma de la Bastilla, que en vez de ser castigados fueron posteriormente sacralizados con un Tedeum por el Obispo de París, el rey y la reina en la Catedral de Notre Dame luciendo todos el gorro frigio, y así elevar la toma de la Bastilla a la categoría de mito de la revolución. Como puede comprobarse, la Revolución Francesa nada tiene que ver con la interpretación marxista sobre una revolución burguesa.
El mito de la Bastilla permitió a Luis XVI y a la Asamblea Nacional institucionalizar una Revolución con una Monarquía que retenía el poder ejecutivo y el judicial, y compartía con la representación nacional el poder legislativo. Este simulacro de revolución por consenso, esta glorificación del crimen, este error político no podía dejar de producir errores y crímenes mayores en el futuro inmediato. La fábula de la Bastilla fundó la práctica y la teoría de las revoluciones y contrarrevoluciones europeas, sobre la falsa creencia de que el Estado es un aparato externo a la sociedad que se puede tomar, con violencia o sin ella, para dirigirlo contra la burguesía, contra la clase obrera o contra el pueblo. A.G. Trevijano, Teoría Pura República, pág 37
A esta traición hay que sumarle otra más siniestra y que nos afecta todavía a los europeos: el secuestro de la representación de los ciudadanos por parte del abate Sieyès, que anuló el mandato imperativo del pueblo y la posibilidad de revocar a los representantes en la Asamblea Nacional en caso de deslealtad hacia los ciudadanos. Con ello consiguió el poder para los mandatarios, que éstos careciesen de cualquier responsabilidad ante sus electores y se apoderasen de la voluntad general del pueblo: adiós a la representación en una Europa que tomaría a la Revolución Francesa como modelo en posteriores revoluciones. Y como el primer paso hacia la democracia es la representación, adiós también a la democracia. La revolución dejó carta blanca a los diputados para que hiciesen lo que les diera la gana.
De ahí que a este artículo le acompañe el Hashtag en el título de #LaCastaNoDimite, tema candente que en este momento como en otros anteriores vienen como anillo al dedo. Si pueden hacer lo que quieran ¿por qué van a dimitir?


Creo que el paisaje nos empieza a ser alarmantemente familiar: tan solo hay que echar una ojeada a cualquier medio en España, Italia, Grecia, Portugal. Todo el efecto dominó y serie de trágicos acontecimientos, como el horror epitimado en la escena de Madame Roland subiendo al cadalso, el mito de la Bastilla, los crímenes de Estado y el mal enfermizo que institucionalizaría un perverso personaje como Sieyes impide cualquier democracia y afectaría a la vieja Europa hasta nuestros días. Los principios de libertad de los que partieron EE UU nada tienen que ver con nuestra historia contemporánea Europea en lo referente a la democracia. No entra en estos momentos analizar los motivos que conducirían a Francia, Inglaterra y Suiza a acercarse a la democracia, pero algo es irrefutable: los problemas de todo el arco mediterráneo son muy similares porque los sistemas sin representación y absoluta carencia de representatividad se asemejan. Se inspiraron en la misma fuente.


Vicente Jiménez



Bibliografía
A.G. Trevijano, Teoría pura de la república, Libro I, Ediciones MRC
Jacques Godechot. Las revoluciones (1770-1799), 4ª ed. Barcelona: Labor, 1981
Historia Universal: Época del terror


2 comentarios:

  1. La envidia es la tara del primitivo y su motor; envidia a la nobleza, envidia a la riqueza. Y cuando la "revolución" la hacen niñatos privilegiados su único apoyo es el de los "antisistema", básicamente delincuentes automarginados.

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    1. Amigo, esa es una de las taras que seguimos sufriendo. Por eso ninguna revolución ha cuajado en Europa. La inteligencia no ha estado nunca en el poder para salvar al pueblo

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